Os he contado muchas veces que del fútbol me gustan, sobre todo, dos cosas. Por este orden, los hinchas y el fútbol. Sí, el propio fútbol, que ahora queda en un segundo plano por culpa de la glotonería de esa bestia formada por la pseudopolémica, la salsa rosa, la anécdota y la permanente confrontación. Sí, definitivamente me gusta mucho el fútbol, cada vez más.
Cuando uno admira la pareja fútbol-hinchas, cuando uno se emociona con las tradiciones, con los códigos heredados de nuestros mayores, con el olor y el sabor incomparable de algunos estadios y algunas aficiones, se tiene que rebelar contra las continuas faltas de respeto que los hinchas sufren en España. No por costumbre es menos sangrante asistir al continuo ninguneo por partede esos corbatas que viven del fútbol, y que lo moldean para servir intereses siempre poderosos y crematísticos.
Pienso como un hincha y escribo como un periodista. No sé si lo hago mal o peor, pero lo hago firmemente convencido de que es mi obligación, la obligación de mi profesión. Debemos denunciar que los corbatas de nuestro fútbol quieren los estadios vacíos y los sofás llenos. Así de contundente, así de diáfano. Podéis estar de acuerdo o no con la forma de dirigir de aquellos que ocupan cargos de (ir)responsabilidad en el fútbol español, pero es importante que no os engañen. A ellos el hincha les interesa una mierda. A ellos sólo les interesa vivir del fútbol. De hecho, está probado que alguno de ellos ha vivido durante muchos años de la porquería del fútbol. Así de claro, aquí sobran los paños calientes.
Crujir al Athletic con partidos todos los lunes a las 22 horas es maltratar a la afición vizcaína. Programar un Valladolid – Málaga o un Villarreal – Granada un viernes night es enterrar a los equipos y sus aficiones en la clandestinidad. Poner las entradas entre 30 y 70 euros para un Getafe – Celta es condenarse al cemento en tu estadio. Despreciar a los hinchas del Rayo poniéndoles mil trabas para que no viajen fuera de Vallecas es deleznable… y eso lo hace a menudo la directiva de uno de los clubes más humildes de España. En Alemania, un país con un poder adquisitivo bastante mayor, se puede asistir a un partido de la Bundesliga, incluidos Bayern Munich, Borussia Dortmund y Bayer Leverkusen, por 10 euros. Es más, los aficionados teutones que se desplazan con su equipo ven en muchas ocasiones incluido en el precio de la localidad el viaje en tren. Las culturas son diferentes, pero el respeto al hincha también. Aquí en España ese hincha es orinado sin piedad con demasiada frecuencia.
Rabio por dentro cuando escucho a algún mandamás de corbata limpia y conciencia sucia afirmar sin rubor que el fútbol debe ser un artículo de lujo, como si fuera un pecado que cualquiera pueda disfrutar de la actividad de ocio más antigua del mundo. Me niego a que los sentimientos, los sueños, los recuerdos, las alegrías y las lágrimas queden sepultadas bajo el ansia de poder y de influencia de unos cuantos corbatas. Resulta bochornoso tener que asistir a las tragaderas interminables de los presidentes de clubes españoles, que se encadenan a los contratos televisivos porque son incapaces de gestionar con eficacia y decoro una entidad deportiva. No me gusta tener que agacharme, pero cada semana me agachó más no vaya a ser que se acabe la limosna. Patético.
Jamás cometería la indecencia y la irresponsabilidad de hablar en nombre de todas las aficiones del fútbol español. Pero si me atrevo a afirmar que muchos hinchas, sobre todo aquellos de equipos humildes que han sido gestionados de manera catastrófica durante la época en la que Tebas cobraba (y muy bien) de las interminables concursales, prefieren un club en Segunda B o Tercera con valores, limpieza y pagos al día, que uno en Primera con un socavón gigantesco lleno de porquería hasta el mismo borde. Hasta los románticos como yo pensamos que es una quimera, pero los corbatas se merecen una huelga masiva de aficionados. Unos cuantos personajes nocivos para nuestro balompié desean llevar al extremo esa máxima de estadios vacíos, sofás llenos. Deben saber, les tenemos que recordar que un estadio con futbolistas, balón, entrenadores y árbitro no vale para nada si las gradas están desiertas. El fútbol sin hinchas no es fútbol.
Extraído de aquí.
Pocos periodistas quedan así.
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